Fue uno de los cardenales que sonó con más fuerza como ‘papable’, como posible inquilino en la silla de Pedro tras la muerte de Juan Pablo II. Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga, arzobispo de la hondureña Tegucigalpa y director de Cáritas Internacional, acudió ayer a Cuenca para compartir con medios de comunicación y fieles sus reflexiones sobre la caridad, la situación internacional y la realidad de América Latina.Habló con la tranquilidad de quién sabe que su mensaje no necesita de estridencias pero con la contundente claridad del que es poco amigo de medias tintas. Sus palabras recuerdan a las cartas de San Pablo y su didáctica forma de comunicar revela su pasado docente.Catalogado como ‘progresista’ en algunos medios y ambientes, al escucharlo pronto se comprueba lo cortas que se quedan las etiquetas para definir a un hombre que con idéntica y coherente convicción denuncia la opresión de los más pobres, se opone al aborto o apela al sentido transcendente del ser humano. Es, esencialmente, «un hombre que vive la alegría de ser cristiano», como le definió ayer José María Yanguas, obispo de Cuenca.
Acostumbrado a frecuentar las grandes sedes de la escena internacional, como el Vaticano o la asamblea general de la ONU, ayer se movía por los pasillos de la Cáritas conquense desplegando un respeto constante por el prójimo y una humildad evangélica. «Es un privilegio para mi estar en la tierra de San Julián», pronunció al poco de llegar y ensalzó la labor de los misioneros conquenses en su Archidiócesis.En ese tono y desde esa coherencia vital, se refirió a la convulsa situación económica que está padeciendo el planeta. «La crisis no solamente es económica, básicamente es una crisis ética y esto lo que ha causado este desplome», reflexionó. Desde su punto de vista el mundo ha cometido el gran error «de divinizar el mercado».Por eso aboga por un alejamiento «de las idolatrías del dinero y de la codicia, de la consecución de bienes materiales a costa del empobrecimiento de otros».La famosa mano invisible de la que hablaba el padre del capitalismo Adan Smith se ha convertido para el cardenal hondureño en «una mano ladrona» ya que se ha asistido « a una ambición desmedida de enriquecimiento rápido, haciendo de la economía simples papeles».En su opinión «más que inyectar más o menos fondos a un agujero del que todavía no se conocen sus verdaderas dimensiones», los líderes internacionales que se reunirán el sábado en Washington tendrían que «inyectar ética a la economía» volviendo a poner «al ser humano en su dignidad y abierto a la transcendencia como centro».Maradiaga destacó que los países pobres son los que sufren con más virulencia esta crisis. Por ejemplo, narró como el encarecimiento y especulación en Europa y Asia con el trigo y el arroz convirtió en su país los alimentos básicos en un objeto de lujo.Análisis también de la inmigración. En su país, hay medio millón de personas en el extranjero de un total de siete millones. «Nadie emigra por gusto, es para ayudar a subsistir a sus familias. Es tal la situación de pobrezas que en muchas casas siempre se elige quién se va a marchar, porque sus reservas son las que han mantenido a flote sus economías pero eso también se está viendo afectado», proclamó.Especialmente duro fue al criticar el trato que se da a estos extranjeros en los países occidentales, sobre todo en Estados Unidos. «Se hacen redadas de inmigrantes que no desmerecen de las que hacían las persecuciones raciales durante la II Guerra Mundial: se captura a las personas, no se les deja ni recoger sus bienes, se les tiene recluidos unos seis meses y después se deportan. Son gente que vendieron todo lo que tenían o pidieron préstamos para poder marchar, que regresan sin nada», proclamó.Admitió, no obstante, que los países tienen derecho a regular su política migratoria pero indicó que estas regulaciones han de hacerse desde el diálogo.El arzobispo no tiene dudas: «La caridad es la solución». Eso sí, aclaró que la caridad no puede reducirse «a una limosnita» sino aplicarse como entiende este término el cristianismo. «Dios se encarna por Amor a la humanidad, y ese Amor debe ser correspondido por el ser humano», recordó.Por ello apuntó que Cáritas no debe identificarse únicamente como una agencia de ayuda. Señaló como función central de esta institución católica «formar en la Doctrina Social de la Iglesia».En ese sentido indicó la importancia de Cáritas para que la ayuda que envían solidariamente los ciudadanos de los países occidentales llegue a dónde tiene que llegar. «En el pasado teníamos muchos países poco democráticos en nuestros países de América Latina que no utilizaban bien las ayudas internacionales y en muchas de estas naciones ya se prefiere que sea gestionen estas ayudas través de la Iglesia, a través de Cáritas para que los cauces sean la justicia y la transparencia».Según dijo, cuando se produjo el huracán Mitch: llegaron el 95% de las ayudas y los escasos casos de corrupción que se dieron fueron detectados y parados, y sus responsables están en la cárcel.Maradiaga afirmó que aquellos que dicen que la Iglesia no hace bastante para erradicar la miseria «ni conocen el trabajo de la Iglesia ni conocen a los pobres».
Preguntado por la reciente elección de Barack Obama, señaló que « hay una gran esperanza; todo cambio trae una gran esperanza».A su juicio en los últimos años la Administración norteamericana no ha habido una clara política para el desarrollo de América Latina: «lo único importante es que no exportáramos droga e inmigrantes ilegales». Y citando al papa Pablo VI señaló que «el desarrollo es el nuevo nombre de la paz y sin desarrollo no puede vencerse la pobreza».También se felicitó porque la victoria de un hombre negro «es un paso para superar los prejuicios raciales en una nación que ha tenido y aún tiene muchos».
No se olvidó tampoco de los conflictos de Irak y África. «La guerra es el mayor mal del mundo. No es justo que la humanidad se siga matando, se siga destruyendo. Hay otros cauces para resolver conflictos. Con el dinero que se destina en guerras, se podrían destinar grandes recursos para el ser humano», declaró y censuró el papel de países desarrollados en el comercio de armas.